La imagen puede parecer un montaje, pero no lo es. El fotógrafo Thomas Hoepker realizo esta foto en la orilla del Río Este de Brooklyn mientras trataba de llegar a la zona cero.
Thomas Höpker nació en Munich el 10 de junio de 1936. Su niñez transcurrió entre bombardeos y su adolescencia durante la más dura posguerra. Con una amplia carrera como fotógrafo y hasta ha sido presidente de la agencia Magnum de 2003 a 2006.
El 11 de septiembre de 2001, capturó esta imagen casi irreal pocos minutos después de que se derrumbara la segunda torre (recordemos que en aquel momento se especulaba con una cifra de alrededor de 20.000 víctimas potenciales).
La belleza de la foto es notoria, la pose de los personajes, el encuadre, el cuadro dentro de cuadro, los colores, la línea de un muelle que proyecta hacia las torres… Podría considerarse un fotomontaje pero no lo es. En su momento se consideró demasiado fuerte como para publicarla y herir aún más a los familiares de las victimas. Parece increíble que en ese momento tan trágico, unos jóvenes estén charlando de una manera tan indiferente.
Publicación
Cinco años más tarde comenzó a prepararse en Munich una exposición retrospectiva sobre su obra. Hoepker dio por casualidad con la fotografía tras revisar sus fotos. Se dio cuenta de que era demasiado buena como para mantenerla oculta, y creyó que ya había transcurrido el tiempo suficiente como para que no levantara demasiadas polvareda.
Los organizadores se mostraron tan entusiasmados ante la posibilidad de mostrar material inédito que no sólo la exhibieron, sino que la eligieron como portada del catálogo de la muestra. Evidentemente, enseguida llamó la atención tanto del público como de la prensa. El 10 de septiembre de 2006, la víspera del quinto aniversario de la tragedia, el columnista Frank Rich del New York Times publicó un artículo apocalíptico con la imagen que concluía de la siguiente manera: “¿Son estos jóvenes unos desalmados? No, tan sólo son americanos”
La «verdad» fotográfica
Debido al barullo que motivó su difusión en los Estados Unidos, dos de los retratados salieron a dar explicaciones. El chico de camisa azul Walter Sipser, un artista multidisciplinar con cierta notoriedad local entre los galeristas de Brooklyn y su novia de entonces, la fotógrafa Chris Schiavo ―parodiando las definiciones de Rich, se identificó como “la contorsionista indolente que toma el sol mientras el mundo se derrumba”―, que cuenta con dos obras depositadas en el MoMA.
Ambos atacaron con dureza la utilización que Hoepker hizo de una imagen tomada no sólo sin su consentimiento, sino sin su conocimiento. Al parecer, habían visto caer las torres desde su apartamento de Brooklyn y como muchos otros salieron a ver si podían hacer algo por alguien. Sin embargo, se encontraron con que los puentes estaban colapsados o cerrados al tránsito, de modo que mucha gente que había acudido con las mismas intenciones tuvo que quedarse en esa orilla.
Las otras tres personas que aparecen en la imagen eran completos extraños, y si estaban hablando entre sí era debido a la profunda conmoción que todos sentían y al sentimiento de fraternidad que surge en los momentos de congoja colectiva. Ninguno de los dos recuerda haberse reído en ningún momento, aunque Sipser reconoce que “una instantánea puede hacer que un funeral parezca una fiesta”.
Al día siguiente, Hoepker contestó públicamente a sus cartas, coincidiendo plenamente con ellos en que la imagen contenía todos los condicionantes para resultar engañosa, para después pasar a recordarles que su intención no era juzgarles ni condenarles y que, en su opinión, el único mensaje que transmitía la foto era que la vida sigue su curso incluso en medio de la peor de las tragedias. La polémica no dio para más.
Fotoreportaje y composición
Hoy en día, Hoepker considera que “Torres gemelas” es la obra que más impacto ha tenido en su carrera “puede verse en museos y todo”. Considera que fue una mera casualidad, y no cree que la producción fotográfica deba basarse en la búsqueda desesperada de imágenes “geniales” aisladas, sino que aboga por la utilización del reportaje.
Si en algo se ha esforzado por dejar claro, es que para él una buena fotografía es una fotografía bien compuesta, y no cabe duda de que se aplica el cuento, porque ésa es su mayor virtud y también la más celebrada por la crítica. Defensor de la práctica diaria como la mejor escuela posible, no cree que pueda aprenderse a componer, o más bien que pueda hacerse conscientemente. El único secreto consiste en aceptar que no hay reglas y en ir desarrollando poco a poco la sensibilidad artística. Para ello, resulta imprescindible liberarse de cualquier cliché y acudir a los museos y salas de exposiciones tan frecuentemente como se pueda.
Según Hoepker, ningún artista visual puede crear nada valioso si antes no se ha empapado de arte y, en este sentido, considera que no existen diferencias entre los fotógrafos y los artistas plásticos: su formación estética debe ser la misma.
En 2014 pulicó un libro titulado “Wanderlust: 60 Years of Images”.
Web: Magnum